15 septiembre 2019
Un día cualquiera

Gabriel sabía que aquella situación era potencialmente peligrosa. Por una parte, una calle abarrotada de personas esperando pacientemente que abrieran las puertas de la iglesia, y por otra se encontraba Roccker, un ser con la mente transtornada que se hallaba a unos cuantos metros de él. Y conociéndole, Gabriel sabía que no estaba allí únicamente para ver la procesión. Observó el lugar con detenimiento: al final de la calle y detrás de Roccker se encontraba un edificio de tres plantas, con los balcones repletos de personas, y justo debajo una tienda de juguetería. A Gabriel se le encendió una bombilla: Roccker era conocido por su afición a los fuegos artificiales y por su pasión por los juguetes antiguos, por lo que no sería extraño que aprovechara la situación para provocar un gran susto con sus fuegos colarse en aquella tienda. Debía actuar cuanto antes. Pensó en avanzar sigilosamente entre la multitud para situarse cerca de Roccker y así poder vigilarlo más de cerca, pero el número de personas que les separaba era considerable y pronto lo descartó. Debía hallar la forma, y rápido.

Se dijo que ya era hora de probar algo en lo que había estado trabajando ese año.

Instintivamente buscó una callejuela solitaria en las cercanía, o al menos sin tanto trajín de personas. Se resguardó bajo el techo de un portal cercano, apoyándose en la pared, buscando las sombras del edificio para no ser visto. Cerró los ojos, respiró hondamente e intentó evadirse del bullicio. Nadie a su alrededor se podía imaginar lo que realmente estaba sucediendo.

Gabriel tiene el poder de la bilocación, puede estar en dos sitios a la vez, y tras años de entrenamiento es capaz de provocarlo de forma controlada. Pero en aquella situación era preciso algo más sofisticado, un nuevo enfoque de su poder que había estado trabajando en el último año: dejaría su cuerpo en éxtasis, con un velo transparente que lo pone semioculto para el resto de personas, mientras que una imagen idéntica a su cuerpo puede moverse e interactuar a su voluntad, pudiendo levantar durante un corto tiempo un velo de transparencia para ocultarse. Esta nueva perspectiva de su poder aún le costaba controlarlo, y por esa razón de momento lo utilizaría para casos excepcionales y siempre que fuera necesario, como en aquella ocasión.

En su mente aparecieron imágenes de la calle, de Roccket, de la juguetería, de la iglesia... Tenía que ubicarse antes de poder bilocarse, y siempre en lugares donde ya había estado. Y aquel lugar lo tenía muy reciente.

-Ya estoy ubicado- se dijo a sí mismo.

Apareció a tan solo unos pasos de Roccket. No podía verle, ni él ni nadie. Se acercó despacio, observándole, indagando en sus movimientos. De pronto las puertas de la iglesia se abrieron de par en par: los nazarenos empezaron a desfilar pesadamente en paralelo. Roccket no se movía del sitio. Tan solo era una persona más entre la multitud. Pero Gabriel no se fiaba, y se quedó allí, esperando que hiciera algún movimiento sospechoso. Pero nada sucedió. Empezó a cansarse de aquella absurda situación, además, la nueva técnica que estaba usando le pedia un descanso. Su otro yo lo necesitaba.

Despertó de sopetón: aún tenía que trabajar en aquello. Y siempre le ocurría lo mismo: primero sentía un pequeño mareo provocado por la desubicación, seguido de un ligero malestar en todo su cuerpo, como si algo estuviera fuera de su sitio. Pronto se serenó y caminó hacia el lugar donde transcurría la procesión. Todo seguía igual, y puede que, por una vez, Roccket no fuera un peligro. Al menos no en aquel momento. Y mientras abandonaba el lugar Gabriel se preguntó si también los villanos necesitan, de vez en cuando, un descanso.